Al inicio, tuve asombro ya que no imaginé vivir una pandemia; luego, el miedo arrebató mi tranquilidad ya que al conocer más sobre la enfermedad, pensé que podría afectar a alguien cercano o a mí. Con los días, tal vez en mi negación, el aferrarme a una esperanza de que esto no fuera real, tuve incredulidad pero al comenzar a ver y escuchar casos, la angustia regresó.
Desde la preparatoria ya tenía un comportamiento obsesivo compulsivo con la higiene de manos, que aunque fue disminuyendo la intensidad de la obsesión siempre traigo en mi bolso jabón y anti bacterial pero al estar sabedora de los protocolos de prevención, mi obsesión retornó a un nivel alto y ahora no solo era yo, sino en la casa, el auto, los artículos comprados, con mi esposo y sobre todo con mi hijo. Conseguir desinfectantes en líquido, aerosol, toallitas y dispensadores se había sumado a mi trastorno.
Así mismo, tuve angustia ya que realizar las compras, se tornó en algo completamente diferente, ahora tenía que ir sola y el ambiente me resultaba desolador, triste, como una película apocalíptica, todos aislados, sin interactuar, sin bullicio, con el temor de que alguien pudiera siquiera rosarme el brazo. Ver parques y centros de convivencia familiar abandonados, acordonados, movía una tristeza profunda en mí. Soy católica y el hecho de no poder presenciar la Eucaristía, el no hacer iglesia, fue sin duda un dolor insondable.
Y en el ámbito familiar, me dolió mucho la separación, vivimos en estados distintos pero nos reuníamos cada 15 días para convivir, compartir los alimentos, platicar de cosas personales, reír, ver películas…y de pronto, pasaron más de 6 meses para poder volver a vernos; si bien la comunicación siempre ha sido constante pero no vernos cara a cara nos dolió mucho, tuvimos que organizarnos y monitorearnos para poder volver a vernos. El encuentro fue solo un instante, sin poder abrazarnos pero alentador poder confirmar con nuestros propios ojos que estábamos bien, ver cómo los pequeños de la familia habían crecido, hubo cambios de voz, de look, de estatura, de peso, noviazgos terminados, en fin…poco en tiempo, mucho en sucesos.
¡Qué decir de lo laboral! Al inicio todo era confusión, incredulidad, desconocimiento, asombro, impotencia, desconcierto, apatía, descontento…todo ello fue manifiesto por el colectivo de mi centro educativo con frases como ¡Las aulas no pueden sustituirse!, ¡Cómo que clases virtuales!, ¡El docente jamás será igualado por una máquina!, ¡No van a aprender nada los alumnos!, ¡Es mejor que se pierda el ciclo escolar!...la realidad es que la tecnología no estaba a la par de los conocimientos de todos los docentes, nos daba miedo quedar expuestos, temíamos a la burla, daba impotencia no tener habilidades digitales que a la inmediatez se tenían que utilizar en niveles avanzados pero todo ello quedó atrás, pese a los temores, renuencias e incertidumbres, cada docente hizo lo que pudo para hacer frente a todos esos retos y ofrecer a los estudiantes el camino virtual del conocimiento. Unos solos, otros apoyados en sus familiares, algunos haciendo equipo para aprender juntos, el cometido se logró, se logró una organización de tiempos, de medios digitales, de comunicación a distancia, de unión laboral con el único fin de poder dar continuidad a los estudios de nuestros alumnos. No deseo omitir que en parte ha sido frustrante al chocar con la indiferencia de algunos padres, la apatía de cierto número de alumnos, los pocos o nulos recursos económicos de otros más ya que todo ello ha impedido un éxito total y sentir que se ha trabajado mucho obteniendo pocos resultados.
De tal manera, que poco a poco, todo aquello que era extraño fue haciéndose parte de mi cotidianidad, y hasta comencé a verle bondades, como pasar más lapsos con mi hijo y esposo, el ahorro de ciertos gastos que implica la movilidad, estar en mi hogar, aprovechar más los tiempos, encontrar un punto equilibrado de mi trastorno obsesivo compulsivo, no exponerme al sol que tanto daño me hace, vestir cómoda, fijar horarios para mis actividades de casa, del trabajo, para mí y con mi familia…
La aceptación y adaptación fue gradual y nada fácil, sobre todo al ver cómo los contagios y decesos comenzaron a acercarse más a mi círculo familiar. Fue sumamente doloroso perder amigos, familiares, hermanos en la fe y hermanos de profesión con quienes no hubo oportunidad de una despedida, solo queda el recuerdo de lo plácido de su última sonrisa, el agrado de la última charla, la chispa de sus miradas y lo cálido del último abrazo, algo que lamentablemente jamás volverá a ocurrir.
Todo esto ha sido muy vertiginoso, con cambios radicales que me han hecho buscar soluciones prontas sin tener tiempo para planear o prever resultados, caminar en la oscuridad de la incertidumbre pero que en definitiva me ha forjado una personalidad diferente. Dios nos guarde de todo mal y nos preserve en su bendición.
Pero en medio de todo esto, hay alguien a quien le ha resultado muy complicado atravesar esta pandemia, un alumno de tercer grado de la secundaria de mi centro educativo, tiene 14 años de edad, hijo único de madre soltera. Tras dos semanas de no conectarse a las actividades académicas, la mamá se comunicó conmigo para decir que no había podido realizar las actividades y que probablemente no continuaría con sus estudios ya que su hijo había intentado suicidarse. Le comenté que con intervención de trabajo social íbamos a ayudar a su hijo pero que no se diera de baja pues el mantenerse ocupado con las actividades y la interacción con sus compañeros lo animaría un poco. Como asesora, solicité a los demás docentes que tuvieran consideración con él alumno (sin exponer su situación). Efectivamente, se le canalizó a psicología del Centro de Salud donde se le brindó atención y seguimiento hasta la fecha. Con altibajos pero el alumno se ha logrado mantener estable, así como la mamá manifiesta estar más tranquila.